Rafael Nadal, brazos levantados al cielo primero y mordisco al trofeo, al igual que otras 64 veces en su carrera, festejando un nuevo título, esta vez una copa inédita, con los rascacielos de Buenos Aires recortados en el horizonte gris de un domingo protagonizado por la lluvia.
Cuando el agua permitió completar un partido que parecía eterno por causa del “rain delay”, el ex número uno del mundo lo resolvió como un mero trámite. Más allá de que su amigo de adolescencia Juan Mónaco hizo un partido correcto, en particular en el set inicial. Pero ante un “monstruo” como Nadal, rey indiscutido de la tierra batida –le faltan sólo tres títulos para alcanzar la marca de Guillermo Vilas de 49 cetros sobre esta superficie- la diferencia fue amplia, tanto o más de lo que refleja el 6-4 y 6-1 a favor del español.
El duelo en el estadio Billoch Caride arrancó parejo, sin quiebres, antes y después de la suspensión que ocurrió cuando la chapa decía 1-1. En el séptimo game, Nadal empezó a inclinar la balanza. Y volvió a quebrar en el décimo, cuando el argentino dejó la pelota en la red en un nuevo error no forzado.
En el segundo set, las diferencias fueron aún mayores. Pico empezó a equivocarse más seguido, con muchas bolas largas, y Nadal jugaba cada vez más agresivo, más preciso, más exquisito. Fue tipo paliza: el mallorquín quebró de entrada, y después en el último game para estampar el 6-1 y pegar el demorado grito.
Los espectadores, que soportaron estoicamente las cambiantes condiciones del tiempo durante horas y esperaron una década por verlo en vivo , se rindieron por última vez a los pies de un Dios de la arcilla. Ovacionaron a un Rafa que terminó dando cátedra. Y reconocieron el esfuerzo terrenal de Mónaco ante una desigual batalla.
Pico jugó su tercera final en Buenos Aires, fue campeón en 2007 y se quedó con las ganas en 2011 y ahora. Nadal regresó a Argentina y saldó una deuda consigo mismo. Más importante aún, logró un título después de nueve meses, obtuvo una enorme inyección de confianza de cara a los desafíos a mediano y largo plazo: volver a luchar por el número uno del mundo que alguna vez le perteneció.
Fuente: Marcelo Androetto
Foto: Prensa Argentina Open
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